Polarizados o invisibles
La sociedad se empobrece si siempre debemos elegir parapetados desde una trinchera. Si nos quedamos en el simplista «estás conmigo» o «estás contra mí». Pero los tiempos de la viralidad han acrecentado una recargado ambiente de polarización constante, que se puede cortar con un cuchillo y que nos hace más manipulables. Sobre todo si vemos la realidad exclusivamente desde unas redes sociales que se parecen menos de lo que creemos a las plazas públicas donde nos cruzamos, nos miramos a los ojos, empatizamos y nos saludamos con educación.
Observar el mundo todo el rato detrás de pantallas, como si fuera un reality show, puede alimentar estereotipos, tabúes y prejuicios. Porque los prejuicios se hacen fuertes cuando evitamos aquello que no conocemos. Y solo suelen desaparecer si nos cruzamos, nos mezclamos y nos escuchamos. Entonces, quizá hasta nos percatemos de que nos une más de lo que nos separa. Y que la diversidad es parte esencial de la vida, así que cuanto más visible sea más prósperos seremos todos. Sin embargo, en los últimos años nos estamos quedando atrapados en el mercado de la gresca. O conmigo. O contra mí.
Incluso da la sensación de que o estás polarizado o no existes. El motivo: en la velocidad de consumo de las redes sociales nos fijamos más en lo que nos indigna que en aquello que nos aporta, pues siempre coge más vuelo el morbo de lo polémico o la sentencia demoledora por facilona. Si dudas, pasarás más desapercibido. Si intentas explicar los matices, también. Pues los matices son más complejos. No tenemos tiempo (ni ganas) para la complejidad y nos atascamos en disputas de apoyar a buenos que sentimos muy buenos y denostar a malos muy malos. Aunque, a veces, ni los buenos son tan buenos ni los malos tan malos.
Así nos quedamos distraídos en el espectáculo de la especulación y, en ocasiones, ni siquiera atisbamos a intuir el fondo real de los problemas. Lo hemos visto con la berrea de David Broncano contra El Hormiguero de Pablo Motos, que ha generado un debate social que ha impulsado un repunte del interés por La Revuelta esta semana. Pero también por El Hormiguero, claro. Porque la polarización vende.
Y, mientras tanto, Telecinco se ha quedado en el olvido al estar en tierra de nadie. Ellos, que siempre protagonizaban el foco de la polémica por su programación que no causaba indiferencia. Ahora ni eso.
Aunque cuando pase el tiempo y la excitación del momento se apague, nos percataremos de que la polarización no mueve de manera estable al público masivo si no hay un buen programa detrás. De hecho, con el paso de los años, el enfrentamiento entre La Revuelta y El Hormiguero no se leerá como algo político de la España de 2024. Se analizará más bien como un cambio generacional de dos maneras distintas de entender la televisión de entretenimiento.
Broncano tiene ambición, seguro, pero no quiere que la ambición le impida disfrutar su éxito. Sabe que no necesita la exclusividad de una entrevista con antaño, con todas las tensiones y los estreses que producía aquello en los equipos propios y ajenos. Porque está seguro de sí mismo e intenta que su conversación siempre sea única. No se parecerá a otra, ya que su show se ha centrado en crear un universo propio, que no depende del tirón puntual del invitado. Por eso ni se anuncia, además de para evitar un tira y afloja constante por los entrevistados que, también, sufrían otros programas como Late Motiv de Andreu Buenafuente.
Los espectadores de La Revuelta ven el programa, de principio a fin, por el clima que brota: un ambiente de reunión de amigos tan reconocible como imprevisible, que consiente casi todo gracias al poder de la risa que destensa nervios y abre los poros de la complicidad. Incluso permite descubrir a personalidades, que se quedaban fuera de la televisión porque no eran los suficientemente «populares» por los miedos interiorizados a que bajara la audiencia. Así estábamos atascados con mismos famosos desde hace casi una década. Cuando la tele es descubrir, no solo reconocer. De esta forma, La Revuelta ha recuperado objetivamente a un público que se sentía huérfano de los medios tradicionales, ya que no se veían reflejados en ellos y, ahora, hasta acuden presencialmente a la grabación del programa con la ilusión que despertaba la tele de antaño. Como corrían otros a ver a José María Íñigo, Emilio Aragón, María Teresa Campos o Javier Sardá.
La Revuelta ha conseguido diseñar un ecosistema televisivo singular, que está en su apogeo. Con la experiencia rodada de los años de Movistar, con la juventud de estrenarse en TVE. Como también ideó Pablo Motos con El Hormiguero, hace ya casi dos décadas. Son dos generaciones diferentes y complementarias, que pueden aprender la una de la otra. Porque la tele es siempre aprender. Es siempre intercambio: intercambio generacional, intercambio creativo, intercambio ideológico inclusive. De hecho, las grandes audiencias en prime time solo se suman reuniendo a la España diversa que somos. Y conociéndonos. De ahí las bajas audiencias de los magacines de tarde, por ejemplo. La tele clásica es la antítesis de la polarización. Aunque ahora no lo parezca, si abrimos X. La tele en abierto funciona mejor cuando incluye. No cuando excluye, mirando por encima del hombro. Que nadie se olvide. Que no nos empujen a trincheras de irritación que no son las nuestras. Que no nos arrastren a los ciudadanos a la polarización que bloquea la independencia que nos otorga la inteligencia del buen rollo.