Inés Hernand y los escándalos olvidados
Un eructo. Un llamar «icono» a todo el mundo, incluido al presidente del Gobierno. Fue la polémica de las gala de los Goya: cómo Inés Hernand hacía cosas de Inés Hernand en una emisión gamberra de la noche del cine español. Y el debate explotó. Algunos incidieron en que aquella retransmisión la deberían ejercer periodistas (como ellos, claro. Mejor aún si fueran ellos mismos, de hecho). Obviaban que ya había periodistas de RTVE enfocando informativamente la ceremonia y que esto sólo era un espectáculo complementario con el que la corporación pública pretendía diferenciarse y llegar a otros públicos desde la plataforma más joven del grupo, Playz.
Pero da igual la explicación. Porque lo importante no es el debate en sí sobre la calidad de la emisión (que este año fue floja). Lo prioritario es que cada uno acercara el conflicto al trazo grueso de su auto-convencido interés, ya fuera ideológico, ya fuera deontológico, ya fuera moralista.
Aunque la crítica sin argumentos no sirve de nada. No atraviesa, no cuaja, no permite la reflexión real. Sólo atrapa la excitación que nos distrae un rato, hasta puede revolcarnos en la adrenalina de sentirnos superiores al resto del mundo mientras nos creemos el papel de protagonistas influyentes del arte de despotricar. De ahí que en sólo unos días ni siquiera recordemos aquellos debates que tanto nos encendieron. Porque la polémica se ha transformado en un mero entretenimiento que se olvida tan rápido como se pelea.
Así que Inés Hernand ya está praparándose para participar en Masterchef Celebrity, también de TVE. Su nombre ha sido confirmado esta semana, junto a gentes de bien como Pelayo Díaz, Pocholo, Itziar Miranda o Cristina Cifuentes. «Me va robar el corazón», ha pronosticado de la ex política. Hernand siempre lanzándose a la incontinencia de la mordacidad sin demasiadas medias tintas, atreviéndose a equivocarse en una sociedad en donde es evidente que todavía no medimos con el mismo rasero a los hombres que a las mujeres.
Hemos visto cientos de señores humoristas haciendo chistes malos, regoldando gases varios y hasta apoyando partidos políticos desde la tele pública. Pero a ellas siempre se les pide una ejemplaridad exquisita y remilgada. Porque desde pequeños nos vienen diciendo cómo incluso debemos reírnos dependiendo de nuestro sexo. Estos mismos prejuicios son los que invitan a inflar escándalos tan insustanciales que, al final, sólo sirven para liberar aires de estómagos. Como un simple eructo.