El sentimiento de culpa por haber criticado a Kate Middleton

 El sentimiento de culpa por haber criticado a Kate Middleton


Después del comunicado oficial, sobresaltó el sentimiento de culpa. La foto manipulada del británico día de la madre desató la parodia y la especulación en torno a Kate Middleton. La instantánea familiar con el retoque chapucero, que podíamos haber hecho cualquiera con nuestro móvil, colocó a la princesa de Gales en el centro del meme. Y, cuando eres meme, el personaje come a la persona. Entonces, la mesa está puesta para elucubrar. Con humor, o con conspiración. Y todos participamos del bulo, pues la conjetura suele ser más apasionante que la realidad. 

Comentar la vida detrás de una pantalla tiene estos efectos colaterales: es fácil que la empatía salte por los aires, pues sentimos a las gentes como protagonistas de una ficción irreal en la que todo está permitido. Inventarnos sus vidas a medida. Incluso somos expertos en lo que sienten, como si hubiéramos poseído su cuerpo por unos segundos.

Las redes sociales nos comunican, nos acercan, nos descubren, nos inspiran pero, también, su rapidez de manejo ha multiplicado la deshumanización del cuchicheo. Nos permiten creer que podemos ser ‘influencers’ hasta de lo que no tenemos ni idea. Y nos divierte, más aún cuando el palique terrenaliza las divinidades de la realeza. Así, en estos días, hemos escuchado asegurar que si se trataba del dolor de una infidelidad, que si se trataba de una ruptura, que si se trataba de unas operaciones de estética explicadas a perturbador detalle. El chismorreo es atrevido, desde luego. Siempre ha existido. Antes, escondidos detrás de la mirilla intentando que el crujir de la madera del suelo no nos delatara. Ahora, el dime y direte se legitima con más fuerza al ser publicado tras ser inmortalizado con un aro de luz de TikTok y lacrado con el sello oficial del ‘like’.

Pero el espectáculo de la cábala sólo se frena desde la honestidad que implica porque comparte qué está sucediendo. Y llegó el comunicado oficial. Sentada en un banco de jardín, Kate Middleton confirmó que el silencio era cáncer. Lo hizo en un vídeo lanzado desde la cercanía de sus propias redes sociales. Ya no hace falta la verificación de un medio como la BBC, ya no hacen falta los intermediarios de antaño para que las celebridades se comuniquen con su sociedad. Basta una publicación de Instagram. Esa naturalidad de contacto, que mal utilizada empuja a la especulación, debería ser una herramienta para la transparencia de las instituciones. No sólo para contener el rumor, no sólo para celebrar el glamour real, también y sobre todo, debería ser útil a la hora de divulgar las enfermedades sin eufemismos. Es la manera de romper tabúes sociales.

De ahí que el comunicado de Kate haya despertado un sentimiento de culpa en muchos de aquellos que no fueron prudentes ante una situación sensible y se dejaron llevar por la frivolización de la conspiración de serial de tarde. Devoramos antes de pensar, asistimos a lo que nos entra por la pantalla como un entretenido culebrón que nos hace sentirnos por encima de los demás. Tanto que se puede acabar deshumanizando a personas como jamás hacemos con los ciudadanos que nos cruzamos en la calle. Ahí nos miramos a los ojos, no estamos parapetados detrás del individualismo de un móvil donde el reality está ganando: nos ha simplificado hasta convertir al ciudadano en consumidor, a la persona en personaje y a la empatía en show. 



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