La Navidad no es comer

 La Navidad no es comer



No me siento cómodo cuando pasan los días de Navidad y acumulo comidas, regalos y salidas. Voy de aquí para allá, como una vaca avileña, sin mucho tiempo para pensar, con la agenda ocupada como un político, pastando, mugiendo y durmiendo. No me interesa nada la falsa felicidad que nos vende la tele, la omnipresencia de lo norteamericano, con renos, elfos, pistas de hielo y otras tradiciones que resultan simpáticas, tienen buen corazón y un sentido humanístico, pero a las que siempre les falta algo.

No me hacen gracia esas frases de relleno que no le dirías a alguien importante como “no te pases con el turrón”, “cuida con los polvorones”, “feliz entrada y salida”, “que pases buenos días” y demás chorradas. No entiendo el afán de muchos por tapar y esconder la celebración de un hecho histórico como si les diera vergüenza, como si fuera algo negativo, antiguo o poco relevante. No entiendo su obstinación por mezclar religión con historia y tampoco comparto su falta de personalidad para asumir su identidad.

Se ha vuelto a hablar en estos días sobre una información del año 2021 en la que la Comisaria de Igualdad de la Comisión Europea, Hellena Dalli, se disculpaba por haber sugerido en una comunicación interna que no se felicitara la Navidad para no ofender a los no creyentes o a los que tienen otra religión. Es un pensamiento peligroso que, poco a poco, va calando y que nos lleva paso a paso hacia la naturaleza simplona y unicelular de la ameba.

La cultura propia es lo que uno enseña, lo que enriquece a los demás, es mostrar el corazón y compartirlo con los otros. Cuando un musulmán reza mirando a la Meca o un judío celebra el sabath a todos nos parece normal porque es su religión y su identidad y entendemos que lo hagan. Vaciar de contenido de nuestra cultura, no hacernos preguntas, rellenar el hueco de la historia sencilla de un nacimiento en Belén con sprays de nieve, matasuegras, jerséis, rebajas, solsticios y centollos es un modo extraño, inculto y gregario de rellenar el vacío.

Rellenar el hueco de la historia sencilla de un nacimiento en Belén con sprays de nieve, matasuegras, jerséis, rebajas, solsticios y centollos es un modo extraño, inculto y gregario de rellenar el vacío.

Cuando alguien muere y leo los mensajes de sus amigos en redes sociales no veo este vacío azucarado que nos quiere imponer la cultura occidental. Veo preguntas, afanes, sueños, esperanza por un reencuentro, amor que desea superar a la muerte y otras muchas cuestiones que no se resuelven con una diadema de reno. La capacidad de hacerse preguntas, de mirar a los tuyos y sentirte parte de algo, el afán por saber más y el deseo de que el tiempo no se escape como el agua en una cesta son realidades que no deberían faltar durante estos días. Feliz Navidad.



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