Cómo agradecer un Goya en tres sencillos pasos (sin ser un plasta)
Un año más llegan Los Goya. Un año más que tenemos miedo a los agradecimientos de los premiados, cuando deberían ser lo bonito de una ceremonia de premios: la alegría de sentirse reconocido. No es tan habitual en una sociedad en la que nos enseñaron a juzgar todo el rato los errores con cierto sentimiento de superioridad y, a la vez, también nos educaron a que nos dieran vergüenza los afectos. Así que vivan los afectos. Incluso viva agradecer el premio a quien quieres y te quiere. Aunque sea reiterativo en una ceremonia con tanta estatuilla.
Pero si quieres hacer promoción de tu trabajo y que a la audiencia le entre la curiosidad por buscar tu película, ya deberíamos aprender que el buen discurso de agradecimiento no puede ser un repetitivo «gracias, mamá». La mamá estará más orgullosa del retoño si de repente demuestra en sesenta segundos por qué es un profesional del arte del cine.
Demuestren el oficio, venga. También se puede y se debe al recoger el premio. Aunque los nervios hagan que se seque la boca, el esófago, hasta las tripas. Aunque ver a un auditorio lleno de gente con un currículum que impresiona te deje sin habla. Los incontrolables pellizcos de la emoción también son expresividad.
Pero a la hora de recoger un galardón lo mejor, antes de dar gracias a mamá y repetir una ristra de compromisos, siempre es mejor narrar una pequeña anécdota que alimente de contenido interesante al show. Puede ser una vivencia que inspire, una reflexión que despierte o una ironía que haga levantar la mirada al espectador. O las tres situaciones juntas.
El buen agradecimiento es como la película más difícil: como el maravilloso cortometraje. Conciso, revoltoso, ilusionado, sensible. Que habla de uno, hablando de todos.
No es por presionar, pero cómo se recoge un premio es un medidor de talentos. Al final, las grandes estrellas son también aquellas que logran dar la vuelta al ego de un agradecimiento hasta convertirlo en un acto de generosidad, ya sea compartiendo una experiencia que aporta al público, ya sea descolocando sus expectativas con creatividad, ya sea creando un gag, ya sea dejando fluir lo incontrolable de la emoción hecha carisma, ya sea simplemente bailando el himno que siempre te acompañará. Eso es la comunicación: bailar buscando la complicidad del público, no creyéndote que el mundo empieza y termina en tu ombligo.
