Trump y la apropiación de la alegría

 Trump y la apropiación de la alegría


La alegría es una forma de superviviencia. Una todopoderosa herramienta de nuestra inteligencia emocional, pues aplaca hasta a lo que nos oprime. Incluso a los que nos oprimen. El problema es cuando se nos es arrebatada este arma pacifista del júbilo. Entonces, qué nos queda.

Trump lo ha aprendido. Trump celebra. Trump baila (a su manera). Trump es animador más que un político. Y desactiva con una mueca a quien osa rebatir sus constantes mentiras con hechos contrastados. Mueca muy parodiable. Mueca muy divertida. Mueca que corre por la viralidad que se ha convertido en materia prima de los medios de comunicación. 

La persona que refuta con argumentos rigurosos es rápidamente desacreditada con la sencillez de reducirlo a una persona «amargada», con «piel fina», a alguien «que da la turra». Se da la vuelta como un calcetín a palabras esenciales y profundas: al que verifica con datos se le etiqueta como «censor» gruñón. De esta forma, es más fácil que la realidad no te estropee tu vehemencia. 

Así vamos dejando de ser ciudadanos para ser consumidores convencidos. Así, como el cliente de un gran almacén, el que paga siempre tiene la razón. De hecho, los que invierten en fake news ya han interiorizado que no serán castigados por ello, pues han logrado que la verdad y la mentira se pongan al mismo nivel. Han tergiversado la libertad de expresión hasta convertirla en libertad de difamación. 

Las redes sociales no han ayudado en este sentido. Están moderadas por un algoritmo que se alimenta con nuestras emociones más básicas e instantáneas. Como consecuencia, vemos más lo que nos indigna que lo que nos aporta. Lo que odiamos nos une como nada. Y en Internet siempre habrá alguien que nos de la razón a nuestros prejuicios. Aunque sean prefabricados con embustes calculados para crear revoluciones que no existen. O desafecciones sociales que tambalean los cimientos de las democracias. Como sucedió en los años 30 del siglo XX. 

La memoria es corta. Solo nos queda educar en espíritu crítico. Porque ya no basta con creer en lo que nos cuentan. Tenemos que preguntarnos todo el rato qué interés hay detrás de cada historia que nos llega. Proceso diario, proceso persistente, proceso que agota. Porque vivir en la perpetua desconfianza consume. Más aún cuando la virtud de la duda se señala cual resentimiento. Táctica para no solamente desautorizar la credibilidad que permite el progreso, también para intentarnos robar la alegría que siempre nos termina poniendo a salvo. Aunque sea unos segundos.



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