Impugnar Miss Universo | Columna iluminada de JL Saldaña
He recibido un mensaje de una galaxia muy lejana. Hace unos días, como quien prende la mecha de un cohete en las fiestas del pueblo, lancé un aviso a través de las ondas radiofónicas en el que informaba a todas las civilizaciones del espacio exterior de que aquí, en la Tierra, llevamos setenta y dos años celebrando el certamen de Miss Universo para premiar a la hembra más bella. Me preocupaba que, como la madrastra de Blancanieves, algún pueblo alienígena se sintiera ofendido por no haber sido invitado. Nunca se sabe qué tipo de venganza puede adoptar una civilización extraterrestre.
Sé que me erigí en líder de la especie humana y que di un paso aventurado sin el respaldo expreso de mis congéneres, pero alguien tenía que hacerlo y no había tiempo que perder. La gente está muy ocupada con sus pequeñeces diarias. Asumo plenamente, por cierto, la responsabilidad de mi acto y estoy dispuesto a responder ante quien haga falta. Mis intenciones eran buenas, eso sí. Como les decía, la pasada noche he obtenido una respuesta que me ha llenado de preocupación.
El representante del planeta F me ha explicado con paciencia que en su mundo las ideas de belleza y competición resultan conceptos arcaicos, abandonados hace eones
He recibido el mensaje a través de un sueño. El emisor se ha identificado como representante del planeta F en el sistema TRAPPIST-1, a unos 39 años luz de la Tierra. Me ha explicado que nos ha estado estudiando y que la mejor forma de comunicarse con nosotros es a través de los sueños. Curiosamente, es cuando más concentrados estamos. No me ha ofendido. Le he respondido que para nosotros los sueños no son creíbles, que no tienen que ver con la realidad y me ha dicho que ya lo entenderemos cuando pasen los años. Me ha contado también que su planeta orbita una estrella enana ultra fría junto a seis planetas más que tienen el nombre de las primeras letras del abecedario.
El representante del planeta F me ha explicado con paciencia que en su mundo las ideas de belleza y competición resultan conceptos arcaicos, abandonados hace eones. En su lugar, organizan semestralmente -allí el tiempo pasa más despacio- el Gran Certamen de la Quietud, un evento en el que los participantes compiten por detener el flujo del tiempo en sus cuerpos, para alcanzar estados de meditación tan profundos que logran habitar el espacio exacto entre un latido y el siguiente. Me lo ha descrito con cierta ternura, como quien explica a un niño que un arco iris no es sólido, y me ha confesado que la idea de un concurso que premie a una hembra por su apariencia es como premiar al agua por mojar.
Antes de despedirse, ha añadido algo desconcertante: «Estamos considerando enviar a nuestra candidata para Miss Universo. Lo vamos a someter a nuestros sistemas de decisión mancomunados. Es una entidad gaseosa de seis dimensiones que canta en frecuencias inaudibles y que, según nuestros estudios, podría provocar en su público una serie de visiones compartidas de una naturaleza indescriptible. Gracias por avisar. Por ahora, no vamos a impugnar su concurso. Todas las acciones tienen un orden. Seguiremos en contacto».