Santiago Tabernero, la celebración de la tele que crece con la cultura

Instagram no solo sirve para ver posados perfectos, a veces te deja entrever cambios en las vidas de personas a las que admiras. Entre like y like, me salta una foto de Santiago Tabernero brincando frente al Pirulí. Anuncia que se jubila, que es su último día en la tele que nos hizo imaginar.
Y, entonces, empiezo a tirar del hilo de programas que creó y dirigió Tabernero y que nos ilusionaron a todos los que los vimos. Incluso nos cambiaron. Porque inspiraban desde el entretenimiento gourmet. Santiago comprendió que la televisión pública es convertir la cultura en una acontecimiento social. Y así lo hizo, fusionando profundidad con estética, fantasía con alegría, ideas con compromiso.
Recuerdo sus primeros Versión Española, donde el cine español se divulgaba con el interés que otorga el conocimiento y la serenidad que fomenta cuidar una atmósfera única. La sintonía, la cabecera, la escenografía, los movimientos de cámara. La tele no es solo hablar, la tele es saber filmar. El contexto del coloquio sobre la película que emitía La 2 se transformaba en una experiencia que invitaba no solo a ser vista, sobre todo a ser vivida.
Recuerdo su Carta Blanca, uno de los programas más sublimes que cobija la historia de RTVE. En cada entrega, en La 2, se daba «carta blanca» a una personalidad para hacer su programa soñado. Una caja escénica de pantallas retroproyectadas se levantó en los gigantes 2.200 metros del plató L3 de los desaparecidos Estudios Buñuel para poder crear un universo propio a tono con cada referente. Todavía no se habían popularizado las pantallas de led. Y aquí la imagen que inundaba el set no buscaba el impacto efímero, más bien la teatralidad que nos lleva a otros mundos que están en este.
Isabel Coixet, Ana María Matute, Antonio Escohotado, Ray Loriga, Juan Tamariz, La Terremoto… Las disrupciones del saber plasmadas a través de un show de variedades que nos recordaba que lo hondo también puede ser disfrutón gracias a las prestidigitaciones de la tele que no se queda en el titular efímero de venta del día. Así Carta Blanca sirve de documentación sobre cómo somos con el casamiento de conocimiento y creatividad que hace a la tele eterna. Siempre cuidando la liturgia narrativa del principio al último título de crédito del episodio, cuando las focos del plató ya se apagaban y se veía a dos trabajadores limpiar el estudio. Entonces, saltaba la chispa entre ellos y terminaban bailando juntos. La tele que no dejaba de contar. Aunque el programa ya hubiera concluido.
Recuerdo el especial de Serrat en aquella nochebuena de 2015, Antología desordenada. La belleza de los primeros planos unidos a, de nuevo, una historia entrelazada de canciones, recuerdos e intercambio generacional artístico. Una historia que no acaba como el espectador pronostica. La trama transversal del programa era Sabina buscando a su amigo Serrat por los Estudios Buñuel. Y, cuando parecía que ya por fin se iban a encontrar, ya no quedaba nadie en el plató, vacío.
Recuerdo los Torres y Reyes, los Alaska y Segura, los Alaska y Coronas, los Sánchez y Carbonell. El ladrillo de estudio desnudo, el arte brotando de las bambalinas. Estos programas fueron un homenaje a la televisión que crecimos desde dentro. La televisión que se pensaba que se podía cambiar las cosas con ideales más que con trincheras ideológicas. Recuerdo el día que fuimos con Rob, con Roberto Pérez Toledo, con un corto narrado exclusivamente a través de fotografías que nos adentraban en la edad de Instagram que se nos venía encima. Recuerdo el último Alaska y Coronas, también con Rob, que fue la última emisión en directo de TVE desde los Estudios Buñuel meses antes de ser derribados. Recuerdo a todos gritando ¡Viva la imaginación!. Que triunfe.
Recuerdo también las galas dando la vuelta a la preselección de Eurovisión. Salvemos Eurovisión con Raffaella y con la firma de Tabernero. La ironía del nombre ya marcaba la diferencia. También fue suya la antología de La edad de Oro de Paloma Chamorro que hizo memoria con un espacio que no podía caer en el olvido. O sus reconocibles reportajes en Días de cine, entre tantas historias algunas conseguidas, otras intentadas. Pero todas logrando que la cultura fuera una celebración compartida.
Recuerdo. Cuántos recuerdos, que no nostalgias. Ahora, a menudo, confundimos entretenimiento con el aturdimiento de las tertulias incendiarias y los alborotos virales que en el futuro se estudiará como empobrecieron nuestra sociedad. Serán otros recuerdos. Pero el porvenir de la televisión siempre irá unido a las miradas propias que ensanchan los márgenes de la convivencia gracias a la apuesta por el espectáculo de la curiosidad. Tabernero lo ha hecho en sus programas de TVE y en sus películas de cine, siendo el pegamento de una gran cadena de talentos convertidos en amigos. Porque la tele, como la vida, es trabajo en equipo. Y trasciende mejor cuando baila comprendiendo la inteligencia traviesa del público. Como el cine que nos emocionó. Como la tele que nos aportó. Porque, que nadie se olvide, la tele no es hablar por hablar. La tele es cultura. La tele es el afecto que brota de la admiración. La tele es poesía.