Indignidad política | Opinión de Mar Ugarte

Hay una reflexión que no puedo evitar y que me persigue como un ruido de fondo cada vez más insoportable: la mezquina política de nuestro país ha convertido el sufrimiento humano en rutina burocrática. Represento a un colectivo golpeado por el olvido, por la indiferencia institucional, y cada día cuesta más encontrar palabras que no sean gritos.
Náuseas siento al pensar en quienes mueren esperando una prestación por dependencia que nunca llega. En los jóvenes que se quitan la vida porque solo los atienden cada seis meses en las áreas de psiquiatría o psicología, como si el dolor mental pudiera programarse en agenda. En las familias de niños que requieren de un abordaje temprano y prolongado en el tiempo para ser más independientes en su autonomía pero que tienen que terminar pidiendo préstamos para darles lo que necesitan de forma vital. En las madres que deben abandonar sus empleos para cuidar a sus hijos con discapacidad y acaban en una condena sin juicio. En los enfermos de ELA que, ante la ausencia de recursos para vivir con dignidad, solo encuentran salida en la eutanasia. Puedo seguir, pero necesitaría una edición entera para mí solita.
Todo esto ocurre mientras asistimos, perplejos y asqueados, a la pornografía institucional del robo, al descaro con el que se reparten privilegios, subvenciones cruzadas y contratos amañados.
Nos están enseñando que el valor de una vida depende de su rentabilidad electoral. Pero no podemos aceptarlo. No podemos rendirnos. Porque detrás de cada víctima hay una historia, una familia, una injusticia que merecería tener eco en los escaños donde solo hay sordera selectiva.
Nos merecemos una política que no nos obligue a sobrevivir. Nos merecemos vivir.