Lo que cuesta ver detrás del enfado de Yenesi en ‘Tu cara me suena’

 Lo que cuesta ver detrás del enfado de Yenesi en ‘Tu cara me suena’


«¿Cuándo lo hago bien?, si siempre quedo de las últimas«. Yenesi se revela ante la valoración del jurado de Tu cara me suena. Ha imitado a una difícil Britney Spears y observa que otra noche más los votos del programa no están de su lado. No puede contener la frustración. Haciéndose cada semana un Melody en Eurovisión. El nivel del elenco es alto, pero ve cómo se premia más a otros que imitan menos. Bertín Osborne se levanta y da un achuchón de ánimo a su compañera. Durante el programa, es habitual que Osborne se ría de sus sarcasmos y, a la vez, entienda el esfuerzo que hay detrás de su trabajo. Sus años de tele le hacen intuir cuándo es el momento de demostrar empatías para rebajar intensidades en ese instante en el que uno se siente solo en un plató.

Porque, al final, Yenesi parece que se está percatando de que a los perfiles cómicos les cuesta más competir.  Se deben conformar con el aplauso y el juego del programa, pues se espera de su trabajo otros menesteres que no son ganar. Más aún si perteneces a las siglas menos conocidas del colectivo LGTBIQ+. Aquellas que en el mainstream se suelen reducir a lo exótico, a lo divertido, a lo estrafalario, al «qué graciosa es». 

Yenesi viene curtida de la viralidad en la que su contenido ha destacado por su aplastante mirada. Rápida, sagaz, directa, concreta, inteligente. Su mordacidad  brilla en Tu cara me suena. Moderniza el programa. Rompe clichés, cumpliendo la función del perfil humorístico despierto, actual y joven que no necesita el histrionismo y que ocupa una parte esencial de la complementariedad que se busca en la foto final de todo el elenco del casting. Ese casting que lidera en audiencias porque consigue una reunión de la diversidad de España conociéndose, admirándose y terminado entendiéndose con la sonrisa y la emoción de las anécdotas, los recuerdos y las canciones compartidas.

Sin embargo, al mismo tiempo, Yenesi está sintiendo en primera persona cómo, en la vida, el cabaret de la comedia se suele llevar las migajas de los puntos, de los premios, de los reconocimientos. Pero ella profesa el humor como un oficio bien serio y no se conforma con servir de desengrasante con su habilidad para la corrosión: se nota en su paso por el programa cómo ha comprendido que el triunfo de la fórmula Tu cara me suena está en que las imitaciones estén bien logradas. Lo ensaya. Lo defiende. Lo pelea. Es más, Yenesi es de esas generaciones que ya saben que no se deben quedar calladas o no cambiarán las inercias. Aunque te critiquen los que ni siquiera intuyen el problema de fondo de determinadas dinámicas que se repiten y repiten.  

Con un cortecito de edición, Tu cara me suena podía haber hecho desaparecer el quejío de la votación. Pero ha dejado el instante en un astuto ejercicio de honestidad con el espectador y con el propio espectáculo. Por la verdad que transmite, por las expresivas caras que evidencian que el jurado se queda pensando, por la frustración de Yenesi que se respira en el ambiente (termina marchándose del plató emocionada) y porque el éxito de este creativo talent show está en que se actualiza. No se queda atascado en su propio recuerdo. Tanto que siempre termina aprendiendo hasta de aquello que las rutinas sociales nos impedían advertir hace años. Aquellas rutinas en donde algunas personas siempre se relegaban al molde de la risotada perpetua como si su trabajo fuera algo anecdótico y menor. Aunque su oficio sea el sustento de la evasión del show. Aunque sean los que alcanzan lo más complicado: demostrar que eres más que una cuota, más que un chiste, más que un trompazo, más que una extravagancia, más que una sigla. Demostrar que eres una persona con todas sus letras. Demostrar, en este caso, que Yenesi sí canta, sí baila, sí ironiza, sí imita: no se la pierdan.



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