¿Información o premiar al asesino?

 ¿Información o premiar al asesino?



Los ojos del morbo suelen atender más a los asesinos que a sus víctimas. Queremos entender por qué lo hicieron. Necesitamos comprender los retorcimientos de la mente, aunque no siempre vayamos a encontrar respuesta. Pero, ¿dónde acaba la información que salvaguarda la libertad de expresión y dónde empieza el cuchicheo que solo amplifica el sufrimiento de las víctimas?

Estos días, Anagrama ha paralizado la distribución del libro El Odio, de Luisgé Martín, que publica nuevas confesiones de José Bretón sobre el asesinato de sus dos hijos, Ruth y José. La representación legal de la madre de los pequeños, Ruth Ortiz, ha advertido de la posible ilegalidad de la publicación de un texto que nos termina enfrentando a algo más que las miserias humanas.

También nos muestra cómo recordamos más a las homicidas que a los vulnerables que dejaron por el camino. A veces, hasta les aupamos creándoles púlpitos donde su condena se puede transformar en hazaña. Sobre todo si la historia es narrada como una novela de ficción digna de convertirse en serie de Netflix. Pero no, es la pura y reciente realidad.

Una realidad que se puede convertir en un mero reality show hasta cuando la intención es esclarecer y denunciar un trágico suceso. Entonces, ¿dónde está la frontera entre la declaración noticiosamente útil y el sensacionalismo que nos autoconvencemos que es información para sentirnos mejor con nosotros mismos? El debate es complejo. Como el cine, la obligación de la literatura no es dogmatizar. Solo faltaría que no se pueda mostrar lo peor de los claroscuros del ser humano. Eso no va a favorecer que el mundo sea más terrible, eso simplemente es denostar la inteligencia del espectador.

Pero, también, cuando se trata de un hecho real, muy cercano en el tiempo y con protagonistas que todavía viven, hay que encontrar ese límite en la humanidad que discierne si resucitar un tema realmente aporta a la sociedad o solo enreda. Al final, la libertad es convivencia. Es la revolución de escucharnos más e imponernos menos. Y algo falla si hacemos revivir una y otra vez a una madre con qué frialdad hicieron desaparecer a sus hijos mientras ella siente que el asesino recibe el premio de poder explicar la crueldad casi como una especie de proeza. Así, en vez de enviarle al castigo del ostracismo, tal vez se le otorga un protagonismo que se traduce en azuzar la que dicen fue su aspiración: la cadena perpetua de dolor a una madre.



Source link

Related post