Pepa Flores y la inteligencia de no reaparecer en público (ni para recoger un Goya)

 Pepa Flores y la inteligencia de no reaparecer en público (ni para recoger un Goya)


Pepa Flores estuvo a punto de ganar otro Goya el pasado sábado. Bueno, esta vez su documental. Un documental que justamente empieza y termina en aquella gala de los Premios Goya en Málaga en la que Pepa Flores recibía el premio de honor. Pero no acudió. No reapareció.

En realidad, es lógico que dejara a sus hijas recoger la estatuilla y ella ni siquiera se acercara. Aunque los galardones se entregaran en su querida ciudad. Porque, al final, en cierto sentido, la industria del cine la estaba utilizando otra vez como reclamo, como golpe de efecto. Y hace mucho que Pepa Flores dejó atrás a Marisol para huir del espectáculo que convirtió su infancia en un rentable negocio para muchos.

Nos quedamos sin volver a ver a Marisol, sin saber cómo es hoy Pepa Flores. Y nos percatamos de que hasta a la hora de homenajear no hemos cambiado tanto. Incluso los reconocimientos son más marketing que divulgación profunda. Se premia más lo que puede ser «viral» que el talento. Lo vemos constantemente. En instituciones públicas y en compañías privadas. El objetivo es encontrar el impacto de la emoción que levanta la audiencia. Más aún si favorece ese instante icónico. Y la reaparición décadas después de la niña que cantaba «la vida es una tómbola, ton-ton-tómbola» era muy jugosa. Pero ella no dejó que la utilizaran más cual el cartón de feria con el que cantaban ¡bingo! siempre otros.

Aunque, esta vez, el premio estaba más que justificado. Tanto ha supuesto Pepa Flores para nuestra cultura. De niña, nos contagió la alegría de la espontaneidad infantil. La España en blanco y negro cogía aire. De mayor, nos ayudó a tomar conciencias de las relevancias de la vida más allá de los ruidos efímeros. Sin embargo, regresar para dar las ‘gracias’ en aquella noche de gala y apariencias, hubiera sido una trampa. Porque ya lo vivió. Porque ya captó que hay focos que se iluminan para saciar más los deseos del show que para intentar cuidar a los ídolos.

Regresar a un escenario como ese hubiera supuesto abrir de nuevo la puerta a esa exposición perversa de la indiscreción que persigue de tantas maneras. Por el arte engullido por el peloteo falso del brilli-brilli y, a la vez, por la forma en la que trabaja la prensa a la que abres un momentito la puerta y, desde ese mismo descansillo de la escalera, piensa que ya tiene carta blanca para entrar hasta al fondo del dormitorio.

Podía perder en unos segundos toda la serenidad que costó décadas conquistar. No sucedió. Así la sociedad de hoy continúa recordando intacta la sonrisa de la ingenuidad de la niñez de Marisol, así Pepa Flores mantiene la libertad que tanto le costó abrazar.



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