cuando critica el que ha sido su modo de vida

“Basta ya de golpes de pecho, de insultar y de meternos con todo”, reivindicaba Belén Esteban mirando fuerte a cámara en su visita a La Revuelta, que disparó las audiencias de La 1 de TVE. Antiguamente, su disparar la cuota de pantalla se llamaba un «belenazo». Aunque, en realidad, el éxito de aquel lunes también estaba en las ganas que había de ver a Lalachus y Broncano tras las campanadas. Con polémica por la estampita de La Vaquilla de El Grand Prix incluida. Controversia forzada más por los que intentan sacar rédito a la polarización que por una preocupación por el respeto a las creencias religiosas.
Y allí estaba Belén Esteban, que irrumpió sin mesura en el programa. E hizo un discurso de cariño hacia Lalachus, que ha recibido tantos ataques sin comerlo ni beberlo. Pero, al vez, el apasionado discurso de Belén nos enseña lo contradictorios que somos. Incluso como solemos ver en los demás realidades que ni siquiera somos capaces de reconocer en nosotros mismos.
“Basta ya de golpes de pecho, de insultar y de meternos con todo” dijo Belén en el mismo programa en el que también mandó una «mierd*» a Telecinco. ¿Pero no había sacado la bandera de no darse golpes en el pecho y no insultar? La espontaneidad de Belén Esteban es incontrolable. Su talento ha ido de la mano de una incontinencia verbal que conectó con una sociedad identificada en una chica de barrio que fue «abandonada» con una niña en brazos. Ya ha llovido de aquello. Y, desde entonces, ella ha ido creciendo como comunicadora. Con un éxito que siempre ha ido muy vinculado a ser una bocachancla de las miserias propias y ajenas.
Vamos, que con “basta ya de golpes de pecho, de insultar y de meternos con todo” está desmontando su propio trabajo que ha versado en el reality del cuchicheo. Sus parlamentos no han tenido demasiada piedad con otras personas que jamás hablaban. Por ejemplo, con María José Campanario, mujer de su ex Jesulín de Ubrique, y que decidió guardar silencio para no entrar en determinados espectáculos. Al estilo de Rocío Carrasco. Lo que, a veces, propicia que la gente se quede con una imagen deformada.
Es la paradoja del universo Sálvame, que puede sonar a modernidad cuando se ríen de sí mismos y narran sus identificables anécdotas vitales con generosidad y, al mismo tiempo, transmite ranciedad cuando se ponen a predicar ejemplaridades a los demás. En ese momento, se ven todas las costuras: un día hacen un alegato sobre no criticar el físico de las personas y, al día siguiente, están en Ni que fuéramos riéndose de la papada de Carmen Borrego con comentarios faltones de Kiko Hernández. Y nadie parece inmutarse en plató. Si los físicos no están a debate, tampoco los de Terelu y Carmen Borrego.