de juego infantil a tradición anacrónica por culpa de las fake news
Saltarnos las normas. Incluso mentir. Cuando engañar estaba mal visto, hasta se castigaba, el día de los Santos Inocentes nos permitía volver a la travesura infantil que imagina imposibles. Es la gracia de las inocentadas: descubrir crédulos que pican el anzuelo de la comedia más distópica.
El 28 de diciembre había que correr a la prensa tradicional para encontrar la broma disfrazándose de seriedad. El problema es que el clickbait ha contaminado también la ingenuidad de este juego. Algunos aprovechan la jornada de hoy para lanzar morbosas noticias que podrían ser ciertas. No hay humor. No hay surrealismo. Solo un intento de cazar audiencia rápida a través del cebo más simplón, que se queda ahí colgado y sumando tráfico. La antítesis de una buena inocentada, que huye del sobresalto efímero e intenta provocar la sonrisa cómplice. La risa que termina demostrando lo crédulos que somos. Porque sí, somos crédulos. De hecho, necesitamos algo en lo que creer. Para seguir.
Pero ya nos sentimos Santos Inocentes los 365 días del año. O 366, en bisiesto. Sortear fake news ya no es una trastada navideña y se ha transformado en una rutina cotidiana. Muchos estamos todo el rato en alerta, otros directamente desconfían de todo. Incluso algunos van solo allá donde les dan la razón. La verdad no está de moda, es más compleja que una simple demagogia. Encima puede ser más aburrida, pues la verdad requiere más esfuerzo al crecer en el matiz que nos recuerda que no todo es tan fácil como un cuchicheo. Incluso nos enfrenta a que no siempre llevamos la razón.
La necesidad de captar la atención de un ciudadano absorto de impactos audiovisuales ha propiciado que la información sea engullida por una sobreactuación constante. Así el día de los Santos Inocentes parece anacrónico. No por culpa de la tradición en sí, sino porque ya vivimos instalados en el teatro del embuste que nos paraliza. Nos deja atascados en un ambiente muy intenso y poco profundo en donde la mentira que odia apisona a la mentira que ayuda.
Sí, también hay mentiras buenas. La mentira bien utilizada es sinónimo de esperanza. Todos necesitamos a alguien que, en un determinado momento, nos asegure que “todo va a salir bien”. La inteligencia humana suele utilizar con lucidez la mentira. Para darnos un respiro, para coger impulso, para reinventarnos con la creatividad que llevamos dentro. Eso era el día de los Santos Inocentes: confiar en la imaginación que abre miradas. Incluso despierta la conciencia crítica que nos hace discernir cuando estamos aportando algo al mundo y cuando estamos meramente distraídos.