Las campanadas y cómo resaltan los roles de género
Cada una de las críticas a las presentadoras de las campanadas definen la sociedad que pone en constante escrutinio a los cuerpos de las mujeres. Sean como sean. Lo llevamos viviendo años con Cristina Pedroche y sus vestidos que observan millones de personas. Y cada persona con su opinión, claro. Aunque, en realidad, ni siquiera somos tan originales cuando calificamos a alguien que sale por la tele. Solemos repetir los prejuicios que hemos escuchado desde pequeñitos. Nos han insistido todo el rato sobre cómo debían vestir, aparentar y ser las chicas para ser respetadas. Peor aún si eran de barrio y pasaban de disfrazarse de princesas Disney.
Pedroche tiene un cuerpo que entra en los cánones que llaman normativos. Pero, a la vez, necesita no defraudar las expectativas de la conversación social de cada fin de año. Sin embargo, haga lo que haga, será señalada igualmente. Se ponga lo que se ponga. Un bucle perverso, pues no sabemos lo que somos porque queremos ser así y lo que somos por lo que nos influye la cultura de la que venimos.
Ahora, 11 de años después de sus primeras campanadas, que fueron revelación desde una emisión sin pretensiones en La Sexta, otra mujer de extrarradio está generando debate, LalaChus conducirá la clásica retransmisión de La 1 junto a David Broncano. De nuevo, hemos visto la manera en la que se intenta desacreditar a una mujer por su físico. Algunos hasta intentan convertir su cuerpo en un insulto. Pero LalaChus representa a una generación que no acepta que los cuerpos se pongan a debate. Incluso ya sabe que sería una tragedia que las toxicidades ajenas le impidieran disfrutar de este momento único en su vida.
Los mismos que juzgan y culpabilizan a una mujer por cómo es, como si su cuerpo fuera un objeto que se puede elegir, comprar y descambiar en una tienda, no dicen nada de la evolución física de Alberto Chicote. Qué retrato de la sociedad a través de los ojos que miran y, por supuesto, en cómo afrontan ellos mismos su trabajo como presentadores del brilli-brilli del fin de año. Porque la actitud de los hombres también suele definir cómo nos han educado a manejar la vida dependiendo de nuestro sexo. Los roles están muy claros.
El propio David Broncano ejerce el papel de pasota al ser preguntado por Las Campanadas. Le sale situarse por encima de la retransmisión, como si le diera igual. A la chica es la que le hace ilu, para él son solo 20 minutos de tele. Esa cierta condescendencia a la hora de tratar una de las mayores concentraciones de audiencia de la programación anual delata los orgullos que a los chicos nos incrustaron en la cabeza desde bien críos. Necesitamos simular que somos fuertes. Mejor todavía si nos sentimos un pelín por encima de la situación. Quitársela importancia para dárnosla a nosotros mismos, tal vez. Aunque, en el fondo, nos ilusione como los que más. Porque a cualquier persona del país, sea periodista, cómico o contable, le pondría algo nervioso una exposición de tal calado en una emisión tan emblemática.
Así las campanadas televisivas nos realizan un fin de año más una peculiar radiografía de lo que decimos que somos y lo que terminamos siendo. Ya sea vociferando a los demás sobre cómo deben vestir para ser aceptados, ya sea debatiendo sobre cómo deben ser sus cuerpos, ya sea haciéndonos los duros. No vaya a ser que incluso no parezcamos unos señores cultivados y modernos. No vaya a ser que parezcamos más folclóricos que ellas.