Reedición de los cuentos de Javier Argüello por Random House: Siete cuentos imposibles
La reedición de Siete cuentos imposibles de Javier Argüello nos llega dos décadas después de su primera aparición, en la editorial Lumen, cuando el argentino tenía treinta años. Ahora, recuperado por Random House, veintidós años más tarde, con lo que podemos recuperar este ejercicio de cuento clásico argentino, trufado de cotidianidad fantástica, pasión por la literatura británica del s. XIX y demás elementos habituales en la obra de, evidentes, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, pero también de Macedonio Fernández o César Aira, el primer Fogwill y, claro, Guy de Maupassant o Edward Allan Poe.
El primer relato funciona como un ejercicio de metaliteratura, una especie de Niebla de Miguel de Unamuno o Seis personajes en busca de autor de Luigi Pirandello: el escritor, saciado de Roberto Bolaño, con una milanesa reseca, un autor bloqueado que solo consigue arrancar sumiéndose en un delirio universitario (no será la primera vez que nombre a Los amigos de Eddie Coyle de George V. Higgins) hasta que la figura bella, blanca, sensual fantasmal aséptico revolucione todas las perspectivas posibles. Por cierto, no puedo dejar de escuchar el tema de Franco Battiato, Perspectiva Nevsky. Compren el libro, entenderán el porqué.
Andan, el segundo relato, es una historia de lugares misteriosos donde, siguiendo la tradición de la que he hablado al principio, la de los grandes narradores, no es el autor el que habla al lector, sino que incluye un par de grados de separación entre el que lee y el que vive la historia. Esta manera de escribir mantiene la distancia y consigue una especie de entorno cinematográfico curioso: un enchufe, una especie de Tron porteño, de dibujos animados de los setenta, ratones y mundos tras los electrones que golpean la pantalla de la televisión cuando la antena está desintonizada. Las guardias telefónicas, la vieja película argentina que podría ser La Torre de los siete jorobados de Carrere, en versión española, claro, con esa ida de la ciudad bajo la ciudad, la ciudad sumergida: yendo de la cama al living. Audífonos, enchufes, válvulas, todo analógico.
La gravedad del tercer cuento, con un pueblo sin nombre, en el interior, el sabio Doctor, las fiebres, las mujeres ausentes, los planes aparentemente dementes, la arquitectura formal de Julio Verne, con autómatas que gestionarán el futuro, ‘La invención de Morel’ del maestro Bioy Casares o el urbanismo patafísico de Alfred Jarry se dan de la mano, en una casa como elemento, tomada o partida, un fin del mundo sacado de una película de ciencia ficción de la época del cine mudo, con selenitas, planos y, finalmente, canciones de Calamaro, sí de Calamaro: «De pronto mira hacia abajo y descubre que, justo a sus pies, se encuentran las tres marías»
¿Qué es La Tos? Un anecdotario simbólico de militantes, peronismo, rojos y azules, radicales, milicos, montoneros y estudiantes. Obreros que no cumplen sus compromisos con la izquierda teórica, gobernantes que esperan que todo se consuma entre quintacolumnistas y banderas blancas. Fuego cruzado, falsa bandera. Un pucho, un faso, un atado.
Quizá el relato cumbre de este libro es el referido a Zeezir. Aquí nos separan hasta tres grados del autor. Un manuscrito encontrado, un profesor universitario sometido al diabólico nepotismo de su lugar de trabajo (volvemos, como había prometido, a Higgins) y el juego del heterónimo llevado al infinito, rebotando una y otra vez contra la pared de las hojas hasta que nos hace creer en el milagro de lo desconocido. Esa esperanza de encontrar lo olvidado en una librería de lance, en una nota a pie de página. Volvemos a esa pasión por lo británico: el protagonista alcanza a ser profesor de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires. Zeezir es irlandés, claro. Y una cita, una simple cita y todos los cuentos que el mediocre ha esbozado se convierte en una partida de espejos, traición y miseria, diccionarios británicos y Londres, lejana, con un océano de amor inconcluso por el medio.
También es soberbio el relato acerca del tiempo, del pasado y el futuro. Aquí sí que encontramos a Manuel Mújica Láinez, nos regodeamos en las antologías fantásticas argentinas, pero también en H.G. Wells y su máquina del tiempo, las líneas temporales, la literatura cuántica, la paradoja que aparecía al final de Planetary de Warren Ellis… incluso un amago de cosplay victoriano. Antes de llegar a Londres, antes de la sala de lectura del Museo Británico y los posibles morlocks, nos movemos en tren desde San Petesburgo hasta Budapest, paramos en Letonia, hablamos de militares corruptos (elemento universal, desde Minsk a Buenos Aires), fronteras y extraños embutidos. Es como si el autor quisiera unir dos relatos con la seguridad de que Londres, permítanme citar: «Londres es una ciudad que se pavonea de no haber movido de lugar ni los tachos de la basura los últimos doscientos cincuenta años».
El final, con Anastasia, es un ejercicio liviano de literatura epistolar, colmado de sencillez, amor y literatura de la huida y el recuerdo. Siete cuentos imposibles de Javier Argüello emociona como lo hacen los relatos de Felisberto Hernández o los de Camila Fabbri. Celebremos que se recuperan estas joyas.