Abuelas a las que les gusta ver morir a Chanquete cada año

 Abuelas a las que les gusta ver morir a Chanquete cada año


Ha muerto Chanquete. Otra vez. Ya hemos perdido la cuenta de cuántos decesos lleva. Pero a mi abuela, de 93 años, le gusta asistir cada agosto al óbito chanquetero. Quizá porque es la única muerte efímera. Chanquete fallece cada año, pero Chanquete siempre vuelve. Con su acordeón, con su pescaito frito, con su filosofía de marinero con barco en tierra.

«¿No te cansa ver de nuevo Verano Azul?», pregunto. «No», responde. «Me recuerda momentos en los que aprendíamos todos juntos con la tele», explica. Está palmando un hombre en La 2 de TVE, pero mi abuela en realidad se está reencontrando con un país que, por fin, parecía empezar a tener claro lo que quería ser y lo que no.

Ahí siguen Tito y Piraña, con un helado de 1981 en la mano. Llevan 43 años sin pegar el estirón, mientras que a nosotros ya sólo nos queda encoger. Antonio Mercero rodó la historia cuando la España democrática pasaba su propia edad del pavo y congeló para siempre a la pandilla de Nerja en la edad del descubrimiento. 

Ahora comprendo a mi abuela. Habrá visto la serie decenas de veces, pero regresar supone un lugar seguro de buenos recuerdos. Se reencuentra con todas las generaciones que ella ha cruzado. Eso es Verano Azul: la celebración del intercambio generacional a través de la mirada de unos chavales en bicicleta, que todavía se sienten inmortales. Y no sólo viven, sobre todo piensan que pueden cambiar el mundo.

Porque el guion no se queda en la fantasía. Al contrario, retrata y cuestiona la sociedad española desde las cotidianidad que cada uno de nosotros compartimos a diario. Habla de casi todo. Incluso se adelanta a mucho. El ecologismo, la especulación inmobiliaria, el machismo que no veíamos aunque sufríamos, el divorcio, la identidad sexual perdida en su escondite. Cómo éramos, cómo somos, visto desde la alegría de las despreocupadas vacaciones de verano que todo calman. 

‘Verano Azul’ es más realista que la mayor parte de las tertulias de hoy».

Hasta que se nos presenta de frente la muerte por primera vez. Y con ella el echar de menos, el vacío del jamás volver a alguien, el escalofrío del fundido a negro, el percatarse de la diferencia entre qué es importante y qué es ruido. Cuánto bullicio nos rodea. En la tele, en las redes sociales, en los bares. Normal que mi abuela se sienta a refugio en la enésima emisión de Verano Azul. La ficción de ayer es más realista que la mayor parte de las tertulias de hoy. Afronta una época pasada, evidentemente, pero continúa emocionando al contar las cositas que nos unen sin fecha de caducidad: la historia de personas que están descubriendo el compás agridulce de la vida. Personas haciendo lo que pueden, permitiéndose conocerse, reírse, equivocarse, enfadarse y empatizarse con ayuda de la curiosidad que deja a la necedad de los prejuicios noqueada. 



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