La tragedia de los cuerpos señalados con el dedo
«El impresionante cambio físico de Quevedo», «Ricky Martín reaparece con unos kilos de más», «Laura Escanes estalla con su cambio físico: he engordado, pero estoy sana». Son titulares de estos días. Siempre el cuerpo en la diana. De uno celebran que ha moldeado su biceps como los cánones estéticos mandan, al otro se le castiga porque, dicen, ha aumentado peso. Aunque esté tan Ricky Martin como siempre. Y de ella, ay, de ella… Escanes debe dar explicaciones para frenar a aquellos a los que les encanta señalar con el dedo.
Estamos rodeados de constantes presiones sociales que nos encierran en un único molde estético que o cumples o estás defraudando expectativas. Parece que Quevedo ahora es mejor que antes porque ha fibrado torso y brazos. Y lo celebramos, sólo porque estamos habituados a la belleza asociada a los cuerpos normativos. Aunque no sean la norma. Porque en la sociedad lo habitual son los cuerpos diversos. Pero los medios de comunicación y las redes sociales están alimentadas por los prejuicios que esconden, critican o ponen en discusión todo el rato los cuerpos que se escapan a determinados cánones de belleza.
Pero jamás se puede juzgar la salud de alguien por su fisonomía. Porque desconoces las circunstancias. Sin embargo, es habitual culpabilizar a las personas que engordan. Y nos quedamos tan a gusto, tal vez pensándonos superiores a ellas. Una tragedia que ignora que somos resultado de muchas complejidades y es una tragedia poner en el disparadero a otros por las expectativas que nos insistieron que había que cumplir para ser deseado.
Los cuerpos nunca deben estar a debate. Pero, en cambio, aquí seguimos, polemizando. Esta semana, de hecho, un tuitero colgó una foto sin camiseta reivindicando estar consiguiendo «su mejor versión» y se propició un enfrentamiento en redes, entre los que criticaban tal expresión reduciendo su persona a un cuerpo de gimnasio y los que necesitaban fardar de estar mejor mentalmente al cincelar sus músculos. Ni unos ni otros. Cada uno con lo suyo. Es tan fácil como no juzgar lo que no debe ser juzgado. Y ya estaría.
Pero las redes sociales favorecen ponernos en el disparadero. Son habituales fotos comparando cuerpos de antes con cuerpos fibrados de ahora. Porque, también, en esta cultura del culto al físico, necesitamos la validación pública. Necesitamos que alguien nos diga lo deseados que somos, sentirnos que gustamos e incluso que hemos ganado, pues hemos cumplido una expectativa vista como triunfo social: un cuerpo de póster. Nos olvidamos que tras esa foto tan bien iluminada en el espejo del gimnasio hay otro después y, después, otro después. Porque el cuerpo no es un objeto, tu cuerpo eres tú, mi cuerpo soy yo y nuestros cuerpos no paran de evolucionar. No paran de cambiar.
Quevedo, Ricky Martin y Laura Escanes seguirán cambiando, también. Porque seguirán creciendo. Como todos los que seguimos vivos. No simplifiquemos su talento a la frustración de un patrón físico ‘normativo’ que cumplir. Quizá hasta deberíamos empezar a superar la palabra «normatividad» para enriquecer los medios de comunicación y redes sociales abriendo las cabezas a la representatividad social en la que vivimos. Porque las diversidades no pueden ser vistas desde una reduccionista cuota exótica que luce bonita en una serie o programa, pues las diversidades son todo: son la sociedad real.
Y los cuerpos no son un accesorio o un trofeo a esculpir. Los cuerpos somos nosotros, somos las personas. Personas haciendo más lo que podemos que lo que queremos y hasta aprendiendo que la perfección física que nos vendieron no siempre es sinónimo de salud. Que eso tampoco nos pase desapercibido en las ansias de la competición por el mejor posado de Instagram que se nos viene encima en este verano.