‘Megamix Brutal’, un documental maestro sobre DJ, matones y yupis sin escrúpulos

 ‘Megamix Brutal’, un documental maestro sobre DJ, matones y yupis sin escrúpulos


El boom actual del género documental ha provocado una desvirtuación de su razón de ser. Incluso hay docus que remiten a podcasts de gente hablando de sí misma más que a otra cosa. No es el caso de Megamix Brutal, una obra maestra. No sólo porque tira del hilo de una historia poderosa, también por cómo la cuenta: se atreve a lanzarse a una creatividad visual que suple cualquier falta de imágenes de archivo.  Y este riesgo lo tejen con una brillante mezcla de buen gusto y bravuconada.

Para empezar, Megamix atesora una buena materia prima: la vida de dos yupis agresivos que fundaron Max Music. No tenían demasiados escrúpulos y, con dos puros en la boca para parecer más mayores, se inventaron la música de baile de usar y tirar. Lo hicieron con tanta ansia que hasta terminaron protagonizando su propio true crime. Con secuestro e intento de asesinato inclusive.

El mismo documental es hábil iniciándose con el punto álgido de la recreación del secuestro. Así la trama empieza en alto y el hecho doloroso (y torpe, pues se equivocan de secuestrado) se convierte en un eje central que atrapa al espectador desde el principio hasta el final de los tres episodios. Lo que aparentaba ser una cosa sobre DJ y bailes de la música más hortera de los ochenta y noventa se transforma en un trama trepidante que consigue ir dosificando la información con destreza, jugando con las expectativas del espectador.

El docu no se queda en el testimonio de entrevistado sentado y entremezcla a los protagonistas reales de la historia con las recreaciones de los actores que les están interpretando a ellos mismos hace cuarenta años. Muy interesante esta planificación narrativa de romper cuarta pared y mezclar el yo actual con el yo del pasado. En general, siempre es interesante romper y mezclar. Y a Megamix Brutal le sale muy bien.

La entrevista al empresario discográfico Ricardo Campoy es el centro de la historia, claro. Él con ganas de hablar. Él recordando cómo le envió unos simpáticos secuaces el otro protagonista, que era su socio y amigo del alma. Y que el documental logra hacer invisible durante el primer capítulo en un ejercicio maestro de suspense. Miguel Degà no está, pero está. Como en la vida actual de Ricardo Campoy.  

Ambición, hedonismo, mafioseo, yupis agresivos y matones que se equivocan.  Quién da más. Megamix Brutal, con el sello de calidad de Producciones del Barrio, bajo la inversión de 3Cat y RTVE Play, es un retrato bestial de la picaresca nacional que se actualizó nutriéndose primero de las discotecas y después de la televisión hecha reality show. Que tenía mucho de lo peor de las discotecas. Un retrato de codicia desmedida y, también, de dos señoros con puros en la boca.



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