La puñetera caja de experiencias

 La puñetera caja de experiencias



Alguien lo tiene que decir: que te regalen una caja de experiencias no hace demasiada ilusión. Suele ser un problema con una resolución complicada. Hay que buscar fechas, logística, organización y conseguir que demasiadas piezas encajen, además del caramelo envenenado y el más que posible sacaperras que el regalo lleva implícito. Seguro que necesitas un día más, unas cuantas horas de carretera, unos billetes o algo. La caja de experiencias es, a veces, la caja de Pandora.

También sabemos todos que la caja de experiencias es una solución para esos momentos en los que no tienes ni la menor idea de qué regalo hacer. Ya gastaste el comodín de la colonia, la corbata y el miserable calcetín y te encuentras ante el abismo o la repetición. La caja de experiencias aparece como una solución a tus problemas, como un regalo diferido y difuso en el que quien lo recibe tiene que apañarse.

La caja de experiencias es una forma más complicada y retorcida de aquella propina de las abuelas que iba acompañada de la coletilla “para que te compres lo que quieras”. Ahora lo que te toca es un parador en Málaga, una cata con comida en una recóndita bodega de la Rioja o esa aberración insoportable que ha dado en llamarse «escapada rural», pero nadie te da el tiempo, la libertad y la organización. Eso lo tienes que buscar tú y la caja de experiencias empieza a convertirse en un compromiso, en un tic tac con fecha de caducidad.

Hace ya tiempo que el argumento de vender experiencias ha dejado de ser una propuesta interesante para convertirse en una sospecha de humo repetitiva y aburrida.

Hace ya tiempo que el argumento de vender experiencias ha dejado de ser una propuesta interesante para convertirse en una sospecha de humo repetitiva y aburrida. Si alguien quiere venderme una experiencia, salgo corriendo. Además, habría que repasar el concepto de experiencia y ver si no nos referimos más bien a vivencias. Un buen número de vivencias formarían una experiencia. Vaya usted a saber.

Devolver una caja de experiencias con ese documento anónimo y culpable que se llama ticket regalo es como devolver la felicidad, como renunciar a un sueño. Es un pequeño fracaso. Nadie se atreve a devolver un fin de semana en Andorra o una cata de quesos en Asturias y, al final, la caja de experiencias se devalúa, va de mano en mano como el juego de la patata caliente y le acaba explotando al más despistado o a uno que tiene que ir a algún sitio por trabajo. Mucho cuidado con lo que se regala.



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