Elfos, madres y respuestas
Esperamos el día de la lotería como quien aguarda el alta tras un ingreso. Los colegios miran ya con ganas hacia el fin de año y los más pequeños dedicarán esta semana a actividades lúdicas más ligeras de lo habitual. Menos matemáticas y más belenes. Los niños tienen una cierta capacidad de parar el tiempo en Navidad y los adultos deberíamos imitarlos para recordar esa paz que hay en el corazón de un niño que juega despreocupado.
He sido jurado de un concurso de villancicos en un parque de atracciones y también en el premio de relatos de Navidad de un colegio. Las canciones se graban en una parte selecta de la memoria y se quedan ahí junto a recuerdos importantes. Observo en los maestros, en los padres y en los niños una ilusión brillante, pura e inocente. Trato de encontrar un denominador común en este espíritu compartido y no consigo aclararme.
En los relatos observo varias cosas. En la parte más material, domina la terrible influencia de la publicidad y el marketing y la omnipresencia de lo norteamericano como referencia estética. Los elfos son una pesadilla que se hizo realidad. En la parte afectiva y espiritual encuentro, como siempre, a la familia, el desgarro por la ausencia, la separación o la pérdida. Hay preguntas difíciles de responder. Observo también una fuerte pulsión solidaria de apoyo a los que no tienen nada o a los que sufren la injusticia de las guerras.
La maternidad y la paternidad son la respuesta y el origen de la Navidad. Vivir esos días como padre, madre, hijo o hija puede ser un acercamiento a la respuesta más certera de lo que se celebra.
La familia de Belén sigue ocupando su espacio y aparece, de vez en cuando, entre zambombas y renos. Es el origen y un resumen de todo y puede ser una respuesta para muchas preguntas, pero vivimos en un mundo que no quiere mirar hacia adentro. La maternidad y la paternidad son la respuesta y el origen de la Navidad. Vivir esos días como padre, madre, hijo o hija puede ser un acercamiento a la respuesta más certera de lo que se celebra.
Junto a la valla de un colegio escucho el mejor villancico posible y veo el relato más bello. Una madre ha dejado a su hijo en el patio y ambos se despiden mientras caminan en paralelo; ella ya por la calle, él hacia su fila.
-Te quiero- dice la madre.
-Yo más- responde el pequeño.
Y la madre cierra el debate y abre, quizá, la Navidad con una sola palabra:
-Imposible.